ANABEL OS SALUDA Y ME PIDE QUE LE SUBA ESTO AL BLOG:
Abro los ojos, perezosos. Un nuevo día.
Me estiro, bostezo..., me vuelvo a acurrucar en las sábanas calientes.... No. Hay que levantarse, hay que afrontar el nuevo día.
Otro día, igual que ayer, igual que mañana.
Me levanto, me aseo. Salgo y veo a la gente de siempre, todos son iguales, todos quieren lo mismo.
Me saludan con respeto, les devuelvo el saludo con un movimiento de cabeza. Se conforman.
La misma tarea cotidiana, lo mismo de siempre.
Miro los rostros de aquellas personas que quieren hablar conmigo en la intimidad del secreto. Hablar de lo que no le contarían a nadie. Yo garantizo el secreto.
Escucho, callo para que hablen, para que suelten lo que les oprime. Yo callo, a veces insinúo. Ellos hablan y se van tranquilos.
Bien, es mi trabajo.
Salgo a tomar el aire, la gente que me reconoce me saluda tímidamente. Para los demás sólo soy un hombre que camina por las calles del pueblo, sin nombre, sin oficio.
Como en uno de mis conocidos restaurantes de menú favoritos y regreso otra vez.
Querría un poco de tranquilidad, pero me esperan caras diferentes, pero almas iguales, necesitadas de comprensión.
Escucho.... escucho..., hablan..., hablan...., siempre lo mismo. El ser humano es tan repetitivo...
Tengo un rato para ejercer mi función principal, al menos lo es para mí.
Estoy cansado. Es un día cualquiera, pero estoy cansado.
Ceno lo que hay en la nevera de mi pequeño piso y me acuesto.
Vuelvo a levantarme, ¡Qué día!, pienso. No me he acordado de guardar el sagrario de la parroquia bajo llave.
¡Hay tantos desalmados!.
Me he vuelto a meter en la cama. Hasta mañana.
Acaricio la cruz que descansa en mi mano. Confío en ella. Confié en ella desde que abracé esta vocación.
Anabel
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