domingo, 1 de mayo de 2011

LAS ROBINSONAS URBANAS


(éste es mi intento de cuento de tres personajes)

Sólo el dulce sonido de tercera descendente de casi todos los timbres corrientes y nació el alborozo tras la puerta del piso. Hasta que se abrió y aparecieron, una sobre otra, dos sonrisas, una dibujada en una cara de joven mujer morena y bien parecida y la otra en un rostro infantil, de niña de cinco años, enmarcado por dos coletas despeinadas.
-¡Hola, tía Marta, por fin has llegado! ¡Qué guay!
-¡Hola, hermana!, ¿te ha costado encontrar la calle? ¡Qué alegría verte!
-¡Bienvenidas, mis chicas preciosas! Os he encontrado enseguida; ¡no olvides que yo vivo aquí hace muchos años! ¿Qué tal la mudanza?
La niña no dejó que su tía terminara la frase y, como un huracán con pecas y tierna voz chillona, la arrastró tía a lo largo de toda la casa, precediendo la entrada a cada habitación por un emocionado: “mira, ¿te gusta?”. La ráfaga terminó en una habitación llena de peluches y un solemne: “éste es mi cuarto”.
-No saltes en la cama bonita. Oye, hermana, ¡Cuánto me alegro de que os hayáis venido a vivir aquí definitivamente! ¡Qué vistas más bonitas tenéis!
-Sí, y desde el terrado se ve todo mucho mejor. Te agradezco que te quedes a pasar en casa este fin de semana mientras Miguel acaba de recoger todo en nuestra antigua casa y cierra la venta. Deja aquí la maleta y vamos al terrado; ¡ya verás qué maravilla!
Y, cuando el pueril huracán amenazaba con activarse de nuevo, su madre se adelantó:
-Voy yo delante peque, que tengo la llave; fíjate, aún no la he podido ni meter en el llavero.
Cuando hubieron llegado al terrado, los tres rostros se iluminaron; en verdad las vistas eran maravillosas y la madre de la niña enumeraba a su hermana todo su alcance, en una ciudad que para ésta era de sobras conocida.
-Es una zona estupenda. El único inconveniente es que, en los puentes y vacaciones, se queda muy solitaria, pero creo que cuando se vendan y habiten todos los pisos de los alrededores, eso se acabará. Creo que ahora mismo, a lo largo de este puente, somos las únicas personas que quedamos en la escalera.
Y entre risas y exclamaciones estaban cuando se oyó un fuerte golpe seco.
-¡Anda, se ha cerrado la puerta! Se me había olvidado decirte que hay que fijarla a la pared con una balda porque la corriente la cierra. Sacaste la llave de la cerradura, ¿no?
-Pues…va a ser que no. No se me ocurrió que la puerta se pudiera cerrar, lo siento.
-¡Vaya!, ahora nos hemos quedado encerradas aquí fuera. No es el primer vecino al que le pasa. Ya hemos sacado a alguno que se puso a gritar por los ojos de patio, pero hoy no hay nadie…
-¡Bah!, Tu súper hermanita tiene soluciones para todo. Como aún llevo colgado el bolso, saco el móvil y…¡fin del problema! ¿Qué prefieres policía local o mossos?
Decía esto mientras, tras rebuscar en su bolso, presionaba la tecla de encendido del teléfono a lo que siguió un alegre arpegio ascendente de puesta en marcha y, acto seguido, uno, apagado y descendente de “batería baja-apagado automático”
-Bueno- dijo a sus preocupadas familiares- llevo el cargador, no pasa nada. ¿Dónde lo enchufamos?
Recorrieron todo el terrado minuciosamente en busca de algún enchufe que les abriera la puerta liberadora del improvisado encierro, pero el único que había, estaba dentro de la sala de máquina del ascensor tras una verja de barrotes de hierro.
-Pues, pasemos al plan B.
Y comenzaron a gritar y gritar hasta quedar exhaustas y a hacer gestos con los brazos en alto, alternativamente abiertos y cerrados a los coches que discurrían por la carretera, un poco alejada. Quienes las llegaban a ver, les devolvían lo que creían era un saludo improvisado, con una sonrisa.
-No nos va a oír nadie, la “civilización” está demasiado lejos. Debemos pasar al plan C: pasaremos la noche aquí dado que el sol ya está decayendo.
-¡Qué fastidio!
-Tomémoslo como una “noche de pijamas”, chicas.
Comenzaron a hacer acopio de toda la ropa tendida en los cordeles así como de los plásticos que la cubrían, para hacerse una especie de tienda esquimal que las resguardara del frío de la noche. Hicieron el tejado con los plásticos en los que marcaron canalillos para recoger el agua.
-No me acuerdo de cómo se hacen vasos de papel, ¿y vosotras?
-Yo sí- respondió la madre de la pequeña- no hay como tener críos para tener frescas estas habilidades.
Hicieron unos cuantos vasitos para recoger el agua del rocío, con las hojas de un bloc que llevaba Marta en el bolso, y los sujetaron con pinzas en las desembocaduras de los canalillos. Después recogieron todas las pinzas de madera que encontraron y un par de tablones que había por allí, e hicieron una pequeña fogata. De nuevo el bolso de tía Marta y el encendedor que en él había, les habían sacado del apuro.
-Tengo que dejar de fumar un día de estos, pero hoy casi me alegro de no haberlo hecho. También llevo unas galletas de chocolate que te traía a ti, sobrinita.
Y entre cuentos, risas e historias de la vida cotidiana, dieron cuenta de todas las galletas entre las tres y pasaron una velada muy agradable. Casi habían olvidado lo apurado de su situación.
-¿Quién nos iba a decir que todo ese tiempo empleado en ver en televisión el “último superviviente” nos iba a ser tan útil?
Rieron con ganas y el sueño las fue venciendo. Las postreras palabras inteligibles salieron de la boca de la niña:
-¿Qué es el último superviviente?

Al amanecer, un rayo de sol acarició los rostros de las dos mujeres que dormían plácidamente arrebujadas entre las ropas de los vecinos.
-¿Dónde está la niña?
Echaron un vistazo rápido por todo el terrado y no había ni rastro de ella y la idea de lo peor asaltó la mente de su madre, que temía mirar hacia la calle por si allí estaba su niñita. Pero no, en cuanto recorrieron todo el terreno para buscarla, la encontraron dentro de la sala de máquina del ascensor.
-¡Menos mal que no hay ningún vecino y el ascensor no se ha movido! ¿Cómo se te ha ocurrido meterte ahí, niña?¿Cómo has cabido? ¿Estás bien?
Tras comprobar que la niña no sufría daño alguno y comentar el sabido dicho popular de que los niños caben por cualquier sitio por donde les cabe la cabeza, las hermanas se calmaron y, al mirarse mutuamente, una sonrisa iluminó sus caras. Si hubieran sido dibujos animados les habrían salido bombillitas iluminadas por encima de la cabeza.
-Corazón, ya sé que mamá te ha dicho muchas veces que no toques los enchufes, pero ésta es una ocasión especial, diferente. Lo entiendes ¿no?
Habiendo la niña sacudido la cabeza afirmativamente, las jóvenes se abalanzaron sobre el bolso para darle el cargador del móvil a la improvisada escapista.
-¿Qué prefieres, policía local o mossos?
Pilar V.Padial

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